Pintura

Será mejor que pintar acabe convirtiéndose en un ejercicio que conlleva cierta funcionalidad, y será mejor que esa función nada tenga que ver con Dios. Sino la tarea del arte podría acabar convirtiéndose en un completo despropósito, una pena en el alma. Y es mejor que no se trate de una pena en el alma, es mejor que no se trate de una batalla perdida.

El capitalismo nunca va a permitir que Dios se cumpla. No hay más tótem que la moneda.

Aún así no puedo decantarme, ni tampoco lo intento, por la ironía, por el absurdo ni el humor, en la pintura. Más bien estaría hablando de mi deseo de una risa diabólica, extremo último del éxtasis que anula el cuerpo. A esa risa prefiero apuntar.

Tampoco puedo decir que me identifique en el juego del lenguaje, en lo conceptual. Más bien es en la forma, en el ejercicio con la forma donde mi trabajo se ve implicado de manera casi salvaje.

Ese ejercicio es inagotable e inconcluso, desde mi deseo de continuar avanzando en la forma con la ilusión de poder capturar aquello que es el motor de mi búsqueda. La captura nunca llega más que en ésos pequeños avatares extáticos, de los que es mejor no decir nada.

Pintando apunto, pues, y de la manera más trascendente posible, hacia aquello que fugazmente me activa (avatar extático del que mejor no decir nada).

Para ello utilizo el mecanismo de la forma estructurándose, camino de ida (el deseo de) y de vuelta (las manos vacías y algo de lo que no puedo hablar).

Todo este mecanismo de pérdida tiene su ganancia en la forma estructurada, la pieza, que ha adquirido una nueva tesitura y, una vez resuelta, desea, en su total autonomía, darse a ver.

Será mejor que pintar acabe convirtiéndose en un ejercicio que conlleva cierta funcionalidad, y será mejor que esa función nada tenga que ver con Dios. Sino la tarea del arte podría acabar convirtiéndose en un completo despropósito, una pena en el alma. Y es mejor que no se trate de una pena en el alma, es mejor que no se trate de una batalla perdida.